Ahora que ya terminó la parafernalia del Óscar, me quedé pensando en la transmisión televisiva local. Los canales peruanos hicieron un logrado esfuerzo por enlazar en simultáneo Huanta, la Plaza de Armas limeña, Manchay y Los Ángeles. ¿Qué enlazaban exactamente?

¿No eran esos diversos escenarios de un único acontecimiento, aquellos peruanos compartiendo el mismo horizonte, el orgullo y la alegría, un esbozo de país?

¿No es la ruta de la película también la ruta de los migrantes? ¿No van desde la sierra hasta Lima y luego a las mecas de la prosperidad? ¿No es Magaly sobretodo el prototipo de una migrante exitosa?

¿No ha sido también la ruta de los recientes exportadores y sus productos de bandera?

¿No es un claro mensaje para los que no entienden el valor de la cultura?

No creo que sean rutas de un solo sentido. Van y vienen. Una directora que regresa de Barcelona a encontrarse con el Perú y una actriz que en un boulevard gringo extraña Huanta.

La propia película, más allá de sus cualidades artísticas, podría leerse como un intento de levantar la tapa de ese Perú que en la prensa sólo tiene lugar en accidentes y crímenes y después nada. Una crítica a esa mirada indiferente por los otros nuestros.  Otra Comisión de la Verdad que muestra la fuerza de una colaboración entre dos planetas de órbitas distintas.

Después de todo, tal vez la cultura más vital y vibrante sea una intersección ancha e iluminada, donde hay sitio para todos, para ver, recordar y reconocerse.

Carlos Cordero Velásquez